Conocimos el masaje a los cuarenta y cinco días de nuestra hija menor. En cinco encuentros llenos de entrega y comprensión aprendimos la técnica y desde aquel momento comenzamos una nueva etapa en la relación con Dina: mejor sueño, menos cólicos, más paciencia, mucho amor!
Pedro, nuestro hijo mayor, desde la llegada de su hermanita había comenzado a sentir los celos lógicos, y sumado a esto, debía irse a dormir a otro cuarto; mientras mamá, papá y la bebé dormíamos juntos. Esta situación generaba momentos de tensión en la familia todas las noches. Él sufría, y nosotros también.
Al comenzar el curso de Masajes con Dina, también empecé a hacerle masajes a Pedro, elegí el momento de irse a dormir, y lo acompañaba a la cama preguntándole si quería que se los hiciera.
Él también transitó esa etapa como una novedad y sólo tardó un par de días en acoplarse al masaje, y a partir de allí fue placentero para todos nosotros el momento de ir a dormir.
Hoy me pide “masajes, mami” en cuanto se acuesta y muchas veces se queda dormido mientras le toco la carita. Con sólo tres años, cada tanto, nos hace masajes él a nosotros, y mamá, papá y la hermana, encantados de recibirlos!
Genoveva, mamá de Dina y Pedro
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